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i vida había cambiado drásticamente. No soy capaz de decir cuándo,
cómo o por quién empezó todo. Quizás todo empezara antes de lo que puedo
imaginar; solo sé que mi vida dejó de ser la que era: disfrutaba de mis amigos
con una buena y fría cerveza, las noches de locura con un buen amante o incluso
las pequeñas cosas, como sentarme en el sofá arropada con una manta ante una
buena peli o un buen libro. Ya no me siento capaz de nada de esto. Mi
perspectiva ha cambiado radicalmente.
Ahora, ante estos pensamientos, creo que logro
recordar algunos hechos de lo transcurrido en los últimos días. Días que fueron
una auténtica pesadilla y que harán que sea incapaz de ver las cosas de la
misma manera. Tal vez conversaciones salidas de contexto o discusiones que en el
día a día dejan de tener sentido. Quizás la gota que colma el vaso o quizás una
aneurisma latente esperando su momento de estallar. Creo que nunca seré capaz
de resolver el misterio. Nunca sabré qué pasó realmente para que los hechos
acontecieran como lo hicieron. Lo cierto es que todos estábamos demasiado
nerviosos y la desconfianza empezó a crecer entre el grupo. ¿Quién o qué fue el
detonante? No lo sé. Quizás no fuera nadie en concreto, sino que lo fuimos
todos, pero lo cierto es que nunca volveré a ser la Elena de hace unos días.
Estaba ansiosa de que llegara el día que tantos años
llevábamos esperando. Todas las cosas que se planean con tanta antelación son
susceptibles de cambios, y el nuestro, durante los años, fue variando
constantemente. Pero era algo que teníamos asumido y que tampoco nos importaba
demasiado. Era nuestro momento y pensábamos disfrutarlo, o por lo menos yo
pensaba hacerlo.
La verdad es que todo empezó en una noche de
borrachera. Creo que estábamos en el primer año de carrera. Habíamos tomado
caminos distintos, pero nos seguíamos reencontrando cada jueves en el mismo pub
del barrio para tomar nuestro típico «tócame los huevos». Allí, entre alcohol,
nicotina y risas, decidimos que debíamos hacer un viaje antes de que nuestras
vidas cambiaran y acabáramos madurando demasiado. A nuestra edad todo era más
fácil, cada momento lo tomábamos como un juego y no necesitábamos
comprometernos con nada y nuestra única preocupación eran los exámenes y si
podíamos conseguir un trabajo para obtener algo de dinero y continuar con la
vida de descontrol que llevábamos. No pensábamos que aquello algún día nos
pasaría factura. Solo queríamos divertirnos y disfrutar de la vida; ya que no
queríamos acabar convirtiéndonos en aquellos amigos que, cuando acaban la
universidad, se embarcan en una vida de adulto, con sus obligaciones, sus
quebraderos de cabeza y sin tiempo para los amigos y yendo de vacaciones a
cualquier sitio que les saque de la rutina. Éramos conscientes de que cuando
llegara el momento ideal para nuestro viaje, una vez acabada la carrera y
habiendo ahorrado el dinero suficiente, ya estaríamos en la vida que tanto nos
asustaba, por ese motivo debíamos planificarlo antes, como recuerdo de nuestra
juventud.
Al principio, estaba convencida de que todo quedaría
en agua de borrajas, pero para mi sorpresa no fue así. No tardamos en empezar
con los planes.
Empezamos siendo seis amigos: Alejandro entró en mi
vida cuando apenas teníamos cuatro años. Apenas nos soportábamos y, como niños
de esa edad, casi todo era peleas y riñas por los juguetes o pinturas. No estoy
segura de cuánto tiempo duraría nuestro enfado, típico entre sexos opuestos,
pero lo que sí recuerdo es que nos sentábamos siempre juntos en clase de
matemáticas. Aprovechábamos cualquier momento, aburrido para nosotros, para
sacarle partido. Siempre acabábamos hablando de qué haríamos el fin de semana o
de la nueva chica o chico que nos gustaba. Alejandro fue cambiando con el paso
de los años y se convirtió en un joven muy apuesto, era muy alto y con cuerpo
atlético, castaño de ojos color aceituna y gafas apenas perceptibles por la
falta de moldura. Posiblemente, si no lo hubiera considerado mi mejor amigo,
podría haber llegado a pasar algo entre nosotros.
Luis entró algo más tarde a nuestras vidas. Empezó
haciendo migas con Alejandro cuando estábamos en cuarto. Al parecer, sus padres
se trasladaron y acabó en nuestra misma clase. Era el típico niño serio y
retraído que, justamente por eso, no caía bien a nadie, pero por algún extraño
motivo a Alejandro le cayó en gracia. Él y yo casi nunca estábamos de acuerdo
en nada, porque teníamos maneras de pensar diferentes, pero me fui
acostumbrando a él. En el fondo no era mala persona, pero nada le parecía bien,
era el típico chico que veía el vaso medio vacío. La verdad es que éramos como
el agua y el aceite. Conforme fuimos creciendo su carácter se fue definiendo
más y algo conseguimos pulir en él, aunque, verdaderamente, poca cosa. Aquello
le causó muchos problemas con las chicas, hasta el punto que llegó a plantearse
su sensualidad. Nos sorprendió un buen día con su pareja, y, ciertamente,
creímos que era lo mejor. En los años de instituto coincidió con Ángeles. Que,
contra todo pronóstico, compaginaba al cien por cien con él. Era su valle de lágrimas
con su nueva sensualidad, le ayudaba con todos los problemas y salía con él
cuando realmente lo necesitaba.
Esperanza se incorporó al grupo en sexto. Era una
joven mulata de esbelta figura, pelo totalmente rizado y ojos azules. Podría
decirse que era la muñeca de la clase. Todos se peleaban por ir con ella en
todos los trabajos de parejas o las excursiones, pero no solo por su físico,
sino por su personalidad; era la persona más optimista que nunca había
conocido, a pesar de haber llevado una vida de penurias, quizás ese fuera el
detonante para ser así de alegre, debió encontrar algún motivo a la vida. Se
pasó la mayor parte de su infancia de hogar de acogida en hogar de acogida,
hasta que cumplió la mayoría de edad y se independizó. Pero, como pasa a todas
las buenas personas, empezó a juntarse con gente indeseable, que la utilizaba o
la hacía sentir como mujer florero, hasta llegar a cambiar radicalmente el
chip. Su vida dio un giro y se volvió una mujer reservada y huraña. Se
introdujo en los temas místicos y empezó a cambiar su manera de vestir e
incluso su cuerpo se tornó más masculino. Aun así, seguía siendo una belleza,
pero intentaba disimularlo.
Lorena apareció en mi vida durante los años de
instituto. Me llamó la atención lo beata que era. Jamás conocí a una persona
así, era lo más opuesto a mí. Yo me consideraba creyente, pero nunca fui
practicante e incluso en una etapa de mi vida podría decirse que fui agnóstica.
Cuando nos conocimos salía con Antonio, su primer y único novio. Me encantaba
mirarlos cuando estaban juntos, era muy extraño observar cómo, con cada caricia
o con cada mirada, Lorena se ruborizaba y se sentía pecar, no quería ni
imaginarme cuando llegaran a la cama, aunque no me cabía la menor duda de que
sería después de pasar por el altar. Su cara rebosaba felicidad y paz. Te
relajaba el simple hecho de estar con ella. Quería aparentar fragilidad, porque
todo su cuerpo es lo que gritaba, pero yo sabía que en el fondo era una mujer
fuerte, capaz de todo lo que se propusiera. Antonio era bastante opuesto a
ella; creo que por eso se enamoró. Era un hombre corpulento, que disfrutaba de
todas las comidas, podría decirse que no había nada a lo que hiciera ascos. Él
no se cansaba de repetir que Lorena le había hecho ser mejor persona y que se
lo debía todo, pero yo sabía que realmente no era así, que él tenía mucho más
mérito del que quería disimular. Cuando terminaron la carrera, no tardaron en
pasar por el altar y allí estábamos todos, dispuestos a no perdernos un
acontecimiento tan señalado. Desde luego, fueron los primeros en sentar la
cabeza. No puedo negar que aquello me molestó, sobre todo después de habernos
prometido no hacerlo en mucho tiempo.
En nuestras vidas fueron entrando muchas más
personas, pero no todas cuajaron con nuestra pandilla, solo algunas terminaron
de congeniar y se convirtieron en nuevos pasajeros del viaje; como Ángeles, la
amiga de Luis, que durante los primeros años de universidad, y tras varios
desengaños amorosos, se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro
y Eduardo, compañero de trabajo de Alejandro. Fue el último en incorporarse, de
hecho fue a escasas semanas de comenzar nuestra aventura, cuando Alejandro lo
trajo a una de nuestras típicas fiestas del jueves. Allí fue donde me enamoré perdidamente
de él.
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