20 noviembre 2014

ELYSION


Me desperté conmocionada. Sólo pude distinguir su cara. Esa cara redonda, de ojos verdes. Su penetrante e intensa mirada color aceituna llegó hasta lo más profundo de mi alma. Cerré los ojos para intentar analizar mejor y distinguir aquella fisonomía, pero cuando volví a mirar, su rostro había desaparecido.
Revisé a mi alrededor y descubrí un sillón de cuero negro, desgastado, ese cuero que se ha ido levantando del uso y se acaba viendo el lino blanco adherido a la piel,  y una amplia ventana con la persiana a media altura que reflejaba algún que otro relaje así como varias marcas de dedo, totalmente sellada, dando salida a lo que, desde mi situación, parecía un patio de luces, pues desde la cama sólo llegaba a entrever la  pared de enfrente y otra a su costado.  Prosiguiendo la prospección descubrí un delgado armario blanco de doble puerta mal cerrada, una pequeña televisión colgada en la pared, y la puerta de salida, que se hallaba entornada.
La habitación era demasiado pequeña y calurosa. No cabía duda, estaba en un hospital. Tras reconocer el emplazamiento, concluí que aquel rostro era de un enfermero. Con suerte, volvería a ver su mirada. No conté con mucho tiempo para entretenerme en los detalles, pero  quedé prendada de aquellos ojos. Daban una luz especial a su efigie. Aquel verde intenso me sedujo. Durante todo ese tiempo transcurrido, descubrí que había omitido un pequeño detalle: ¿por qué estaba allí?...¡no recordaba nada!. Me incorporé repentinamente, lo que provocó que en mis ojos aparecieran un sinfín de destellos luminosos y que mi cuerpo cayera desplomado sobre la cama. Me fallaba las fuerzas, y evidencié que mi cuello vestía un collarín. Tuve que esperar un rato para conseguir que mi vista volviera a la normalidad y así intentar incorporarme de nuevo, esta vez algo más sosegada, y alcanzar, con la mano derecha, la mesita. Escudriñé dentro del cajón, pero estaba totalmente vacío. Quedé abatida, esperaba encontrar alguna pista, algún recuerdo, o algún documento que me ayudara a saber quién era yo, y que me indicara las causas de mi estancia en este lugar.
Me sentía dolorida. Intenté mirar mi cuerpo, pero el collarín no me permitió visualizarlo completamente. En aquel momento entró una enfermera con una pequeña y profunda bandeja blanca.
_ ¿Cómo se encuentra? – dijo con voz ronca. Una voz que no se ajustaba a su débil aspecto. Me colocó el termómetro bajo la axila y me miró impaciente.
_ No muy bien. ¿Qué me ha pasado?
_ ¿No lo recuerda?.
_ No. ¿Desde cuándo estoy aquí y dónde están mis cosas?...¡porque llevaría algo encima!, ¿no?
_ Bueno, a la primera pregunta no le puedo contestar, ha llegado hoy a planta, lo único que sé es que ha subido de la UCI.  Tendrá que indagarlo con su médico. Estará aquí mañana por la mañana. Seguro que pasará a verla.  En cuanto a sus pertenencias, están en “Información”, si quiere luego se las traigo.
_ Gracias. Hablaré mañana con el médico.
_ Muy bien. Ahora descanse, le he puesto un calmante para el dolor.
_ Gracias, lo intentaré… ¿por cierto, quién era el chico que ha salido de la habitación?
_ ¿El chico?... ¡Ah!, un hombre alto, moreno y de ojos verdes… no sé, imaginábamos que era su pareja. Subió con usted de la UCI. Mis compañeras me han dicho que la ha acompañado cada día.
_ … no lo recuerdo, me gustaría volver a verlo. Si ha estado conmigo cada día, seguro que puede aclararme muchas dudas.
_ Sí, no se preocupe, seguro que regresa. Ahora a descansar. Si necesita algo, aquí le dejo el timbre para llamarnos.
Me dejó un pulsador blanco en la cabecera de la cama y salió de la habitación. En poco tiempo mi cuerpo se relajó y dejé de sentir malestar. Con la tele apagada y sin nada que leer, pronto quedé dormida.
Por la mañana a las nueve estaba el médico en mi habitación.
_ Buenos días. Soy el doctor González. ¿Cómo se encuentra hoy?.
Era un hombre de  mediana edad. Tenía el pelo blanco, probablemente asociado a una vida estresante y llena de responsabilidades. Era de estatura media y de complexión fuerte. Su cara denotaba amabilidad y su voz sonaba suave y afable.
_ Estoy algo mejor, pero me duele el cuerpo.
_ ¡Normal! Lo tienes bastante magullado.
_ No recuerdo nada de lo que me pasó…
_ Bueno, fue un accidente de coche. No tenemos los detalles de lo sucedido, pero sí sabemos cómo llegaste al hospital. Tenías la nariz rota, y varias heridas en la cabeza, donde hemos puestos varios puntos, pero todavía tienes las contusiones. La clavícula también se te rompió, al igual que algunas costillas que te traspasaron el pulmón. Te tuvimos que operar de urgencia porque las heridas eran muy agudas y te estabas ahogando, hubieras muerto por asfixia. No hemos conseguido dar con nadie de tu familia; aunque un joven que te acompañaba nos dio el consentimiento. Así es que, si te encuentras dolorida, no te preocupes... ¡es un milagro que estés viva!.
_ ¡Vaya! – rompí a llorar asustada. ¿Cómo puede ser que no recuerde nada?
_ A veces ocurre. Un golpe muy fuerte en la cabeza puede ocasionar pérdidas de memoria. No te preocupes. Cuando estés más recuperada te verá un especialista. Él determinará el grado de afección y la pauta a seguir.
_ Espero volver a recordarlo todo… ¡es tan duro no saber ni tu propio nombre!...  Por cierto, doctor, ¿cuánto tiempo  llevo en el hospital?
_ Tu nombre, según tu carnet de identidad, es Alejandra. ¡Menos mal que lo has dicho!, en “Información” me dieron tus cosas para devolvértelas. Te lo dejaré en el cajón. En cuanto al tiempo que llevas aquí, mañana hará dos meses.
_ ¿Qué?
_ Has estado en coma.
_ Y, a parte del misterioso hombre alto, moreno y de ojos verdes que venía cada día, ¿sabe si durante este tiempo se ha acercado alguien más a verme?
_ Pensaba que este hombre era su novio. Además, fue quien la trajo al hospital el día del accidente. Además de él, creo que se ha acercado a visitarle una amiga de vez en cuando,… ¡ah!, y algunos compañeros de trabajo también.
Por primera vez, ¡que yo recordara!, estaba asustada. Por una extraña razón, la vida me había dado otra oportunidad. Pero me sentía sola. No sabía quiénes eran mis amigos, ni a qué me dedicaba, no sabía quién era el hombre misterioso, ni siquiera sabía quién era yo.
_ No tienes porqué asustarte. Todo va a salir bien. De hecho ya ha salido bien… ¡sigues aquí!
Le sonreí y me quedé en silencio. El doctor González terminó su exploración. Me dio el visto bueno y se marchó tras despedirse. Pasó varios días hasta que llegó la primera visita desde que me desperté. Se trataba de una mujer joven, de unos treinta y tantos. Tenía una melena larga y ondulada, de un rubio platino. Sus ojos de un marrón intenso denotaban seguridad. Su faz redonda y de sonrisa risueña me saludaba con soltura y alegría. Su gran estatura y su cuerpo delgado no me resultaba conocidos. Al ver mi cara de asombro y desconfianza se presentó con el nombre de Susana. Por lo visto era una amiga de toda la vida.
_ Perdona, pero no me acuerdo de ti. – Le dije compungida.
_ Pero, ¿no recuerdas nada?
_ La verdad es que no. Es una sensación muy extraña. Es como no tener pasado. ¡Con decirte que la semana pasada me enteré de que me llamo Alejandra!
_ “Alex” te hemos llamado toda la vida. ¡Bueno, así no te acordarás de todas las veces que nos hemos peleado!
Nos miramos y rompimos a reír.
_ ¿Has venido más veces? – Le pregunté
_ No, hoy es la primera vez. ¿Por?
_ Me han dicho que han venido algunos amigos y como sólo te he visto a ti…
_ Pues no, yo he venido desde España.
_ De ¿España? – Me quedé extrañada. – ¿Y has venido a Escocia por mí?
_ Tú y yo nos conocemos desde siempre, somos como hermanas, siempre lo hemos sido. Eres hija única, y cuando perdiste a tus padres me mudé a vivir contigo.
_ ¿Soy huérfana e hija única? ¿Cómo pasó?
_ Fue un accidente de avión. Pero bueno, la verdad es que todo te ha ido muy bien desde entonces. Pasaste unos años muy malos, de bajón total, pero finalmente saliste adelante. Conociste a un chico… ¡era impresionante!, pero resultó ser un cabronazo y después de dos años de relación te rompió el corazón…
_ ¿Se fue con otra?
_ Bueno, más bien le pillaste con otras…
_ ¿Qué?
_ ¡Ya te he dicho que era un cabronazo! Así es que, se te cruzaron los cables, y me invitaste a un viaje a Escocia. Vinimos dos semanas para olvidarte de él y… ¡te quedaste!
_ ¡Pero tú has vuelto a casa!
_ Lo sé, una semana después de estar aquí hiciste la mayor locura de tu vida, buscaste una casa y después trabajo. Yo me volví a casa porque tengo mi empresa, y me quedé cuidando de tu casa. Empezaste compartiendo piso con unas universitarias, desde ese momento se convirtieron en tus amigas escocesas, serán ellas las que han estado viniendo, además es por ellas que me enteré dónde estabas. Todos los años vengo a pasar un mes contigo, de eso hace ya cuatro años.
_ Por cierto, ¿sabes si tengo novio?
_ Que yo sepa no, pero la última vez que hablamos fue hace tres meses.
_ Ha estado viniendo un hombre todos los días desde hace dos meses y no sé quién es, pero tengo que averiguarlo.
_ Bueno, mañana será otro día y seguiremos hablando de ello. Te ayudaré a averiguar las incógnitas de tu vida. Me alegro mucho de que estés bien.
Cuando nos dinos cuenta, habían pasado horas. Ahora parecía vislumbrar mi vida, como aquellas películas de “súper 8”, aquellas que pasan en blanco y negro, pero a pasos agigantados. Parecíamos títeres con nuestra sonrisa etrusca y nuestros carrillos coloreados. Aunque todavía había muchos vanos, dados los acontecimientos, casi era mejor no recordar nada. Tras un momento de aglomeración de emociones y pensamientos, me derrumbé y rompí a llorar. Ya no recordaba que mi cuerpo estaba dolorido y  cualquier cosa me daba igual. Por lo visto mi vida era un desastre; no tenía familia, ni pareja, vivía sola… gracias a Dios por lo visto, todavía tenía trabajo. Mañana tenía que sacarle más información a Susana.
La enfermera pasó por la habitación y me volvió a poner el termómetro, como cada día. Ya no me administró antibiótico, pero sí el suero. No me dijo nada y se marchó. Aquella noche, me costó coger el sueño, aunque finalmente lo logré. Aquel fue el primer crepúsculo que soñé con él.  Sabía que se trataba del hombre misterioso, porque no tenía rostro, tan solo resaltaban sus ojos entre una oscuridad absoluta. Brillaban cual luciérnagas en la noche. Me hipnotizaba aquella luz y me relajaba tremendamente. Por un momento olvidé que estaba en la habitación de un hospital. Me encontraba en un precioso sofá de cuero rojo, tumbada, mirando las estrellas. San Lorenzo lloraba enérgicamente y, junto a mí, permanecía mirándome fijamente. Acercó su mano a mi cara y las fuerzas me fallaron, sentí como si mi vida se desvaneciera poco a poco. No era capaz de pensar, de hablar, ni de abrir los ojos. Intentaba con todas mis fuerzas volver a ver los luceros del cielo, menear la cabeza,  retirarla de su mano, pero me pareció imposible. Sólo quería despertar para dejar de sentirme tan inactiva, si bien deseaba seguir a su lado y sentirme venturosa.
Por la mañana sólo fui capaz de recordar su mano, aquella suave y tersa piel acariciando mi mejilla. Tenía que encontrarlo. Tras el desayuno, pasó el médico, después de casi una semana, y me dijo que había evolucionado de maravilla, que al medio día me traería el alta.
Después de comer, la enfermera me acercó el informe de alta.
_ Me alegro de que ya esté mejor. Si necesita cualquier cosa, no dude en pasar por aquí.
_ Gracias. Me gustaría llamar a mi amiga para que viniera a recogerme.
_ No se preocupe, estaré esperándole en “Información” para que pueda llamarla.
_ Gracias, voy a vestirme y enseguida salgo.
Tardé bastante en vestirme. Me recreé en mi ducha, feliz de poder levantarme y sentir el agua acariciar mi cuerpo desnudo. Luego me vestí con la ropa que me habían dejado. Imagino que alguien debía haberla traído, porque la que llevaba el día del accidente estaría destrozada. Me enfundé los jeans y la camisa de cuadros azules de manga larga y salí al mostrador de “Información”. La enfermera estaba en la sala de estar que tenían para descansar y me invitó a sentarme en el sofá que estaba junto al teléfono. Saqué una tarjeta personal de entre mis cosas y marqué los números. Eran las 12:30 del mediodía y nadie cogió el teléfono. Posiblemente hubiera salido, o estuviera al otro lado de la línea realizando otra llamada simultáneamente. Al rato volví a intentarlo, pero me pasó lo mismo. Nadie descolgó el teléfono. Finalmente, la enfermera me recomendó llamar a un taxi. Busqué de nuevo la tarjeta donde también estaba mi dirección y la entregué al taxista, que me llevó a mi casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión.

Venta de libros

Venta de libros
Con Miguel Ángel Tobías y Estrella

Una mirada al pasado