09 noviembre 2011

LA SOLEDAD

Me quedé mirando, mientras esperaba a que cambiara el color del semáforo. Su cara era triste. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Sus ojos mostraban nostalgia y soledad. Una soledad inmesa, apenas comparable con nada.
Cada mañana al pasar por la avenida, allí lo encontraba. Sentado en aquel frío y duro banco rojo. Las hojas de los árboles acariciban su pelo al desplomarse contra el suelo, no obstante él no parecía darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
Me gustaba verlo allí, sentado con las manos bajo sus muslos y moviendo los píes, cual un niño sentado en un columpio, pero me transmitía melancolía. ¡Estaba tan solo!
Pasó el tiempo y una mañana su imagen de desvaneció. El banco, antes lleno de vida con aquel cuerpo practicamente inanimado, ahora estaba solitario. Nacie se acercaba a él. La gente cuchilleaba al pasar por su lado y miraban con tristeza aquel asiento descolorido.
Se que ya no está con nosotros y por eso su banco está ahora vacío, pero cada mañana al pasar por la avenida, no puedo evitar dirigir la mirada hacia su lugar especial, y dejar escapar una lágrima, una lágrima llena de tristeza, porque no dejo de ver aquel lugar donde sus esperanzas volaban y soñaba con dejaba de un lado la soledad que le invadía, aquel lugar donde renacía cada mañana con la brisa golpeando su cara y las hojas acariciando su pelo, haciéndole creer que a cada oleada, sus vidas estaban más cerca y nunca, nunca, volvería a estar solo.

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